El venezolano Cichero metió la mano, le regaló un penal infantil a Estudiantes y Verón no perdonó. Pittana le anuló un gol al local y en el ST hubo otra jugada polémica. El equipo de Sabella arrancó de la mejor manera en Rosario.
Antes de ir al vestuario, la luz había hecho que Estudiantes entreabriera un ojo mientras mantenía el otro cerrado. Durante todo el tiempo que en el Coloso reinó la oscuridad, por suerte para Peratta –que no veía nada-, se jugó en el área del Pincha. Pero en el ocaso del primer tiempo fueron los de Sabella, que antes parecieron bajo somnífero, los más despiertos.
Empezaba a tirar chispazos Verón. Se juntaban la Gata Fernández y Leandro González. Benítez se daba el lujo de tirar un caño exquisito y Mercado cumplía con ese surco por la derecha. La Lepra, que poco reposaba su fútbol en Formica y éste poco se hacía cargo, sufría la tentación del pelotazo al lungo Taborda. Sufría, sí, porque no servía de mucho.
Amenazaban, los de La Plata, con hacerse cargo del manejo del partido cuando arrancara el segundo tiempo. Pero no. Nada de eso. Mateo, guapo Mateo, dijo no. Al Pincha siempre le faltó meter la cuarta. La ausencia de Sosa y Boselli, la explicación de su malestar. Estudiantes depositó su ataque en los únicos dos puntas que tenía. Pero otra vez, la luz seguía sin hacerse...
Y para colmo, cambio con doble "i": inesperado e inentendible. Con un Newell's que no apretaba pese a ser local, Pachorra sacó a la Gata y metió a Rojo. Esa misma doble "i", esas mismas palabras, pueden ser utilizadas para lo que ocurrió minutos después: la mano del venezolano Gabriel Cichero. Sin sentido, sin razón, de un pelotazo largo, le dio la chance a la Bruja desde los doce pasos. Y ocurrió: fulminación mediante, gol visitante.
Y en ese volver a empezar que produjo la torpeza del penal, la Lepra sufrió una jugada finísima que lo privó de, al menos, quedarse con un puntito en casa: un offside cobrado a Velázquez cuando Orión le hacia penal a Borghello. A Pittana se le escapó el partido de las manos. Y eso que en el Coloso ya no estaba oscuro.
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